Homenaje a Louis Braille: El duende tras las palabras

14.01.2017 20:45

Alberto Gil / Crónicas del Pueblo

Me asomo al hueco de mi árbol. Soy curioso por naturaleza. Me gusta agazaparme y observar lo que sucede en mi bosque de robles milenarios.

Por él he visto transitar a caballeros dirigiéndose a la guerra, a esforzados leñadores en busca del tronco mejor con el que calentar sus cabañas, a doncellas que, de manera furtiva, buscaban encontrarse con apuestos galanes.

Y es que por mi condición, la vida es eterna en mis días. Años y lustros y siglos cuentan los humanos, mientras yo, y los de mi raza, permanecemos incólumes a los ciclos del tiempo.

Me asomo, sí, otro instante más. No sé qué encontraré. Puede que un cervatillo huyendo de sus perseguidores o una alondra cantando a la aurora o, en fin, algún desconocido visitante.

Es hermoso mi bosque, fértil y acogedor. Las hojas y raíces lo alfombran de mullido suelo, el azul claro celeste lo cubre cuando no, el arco iris o la capa de estrellas lo reviste de mágico fulgor.

Ya lo veo a lo lejos. Se acercan. Es una pareja. No sé, que últimamente se me nubla cada vez más la vista, si son dos enamorados o un padre con su hijo. Lo que sí distingo bien es que uno, o una, va cogido del brazo del otro. Ojalá tenga suerte y se detengan en el tronco cercano, sí, ése que lleva ahí al lado desde siempre, tupido de musgo, cómodo asiento. Sí, sí; se van a sentar.

 -Papá, cuéntame otra vez la historia de aquel niño que llegó a ser organista y profesor de su cole, aunque, como yo, fuera ciego.

Ah, qué novedad. Me gustan las historias que cuentan los humanos mayores a sus retoños. Me gusta, me gusta. Y dice el padre a la chiquilla que hubo una vez en la lejana Francia quien a base de puntos creó un alfabeto, qué cosas. Cómo sería eso. Aquí lo único que leemos son los mensajes de la brisa escritos en las hojas secas de los árboles, traídas por mensajeras palomas.

-Papi, déjame otra vez que acaricie los puntos del cuento que me regalaste el otro día, qué chulo es. Me gustó mucho aunque tendré que trabajar mucho para leerlo con mis manitas.

Un cuento, qué bien. Me chiflan los cuentos y las historias. Yo me las aprendo y luego las narro en las asambleas de duendes. Seguro que en ese cuento habrá un palacio y una bruja y un lobo y un hechizo.

-¿Sabes, Lucía? Dejaremos tu cuento en el hueco de este tronco y cuando sepas leer bien braille vendremos en su busca y serás tú entonces quien me lo lea. ¿Te parece bien la idea?

-Chupi. Así tendremos una excusa para volver a este lugar tan chulo. Qué bien se está, huele genial, los sonidos son como de terciopelo.

Ya se van, ya cae la tarde. Jejejej. En cuanto se haga de noche me colaré por los pliegues del tronco y cogeré el cuento. Luego, ya me pensaré si lo devuelvo o me lo quedo juajuajua.

Las hojas son gruesas, los puntos, finos. Tenía razón la niña, hacen cosquillas. ¿Qué dirán? Tendré que hacer magia para averiguarlo.

-Eh, tú. No hagas trampas.

-Calla, bruja malvada. Dedícate a lo tuyo, que como me enfade verás lo que es bueno. Te quitaré la manzana con la que engañas a Blanca Nieves.

-Duende del demonio. Carapedo. Como te pille…

A ver, a ver qué pone aquí. Uy…

Me asomo al hueco de mi árbol. Soy curioso por naturaleza. Me gusta agazaparme y observar lo que sucede en mi bosque de robles milenarios.

Pero si es mi historia. Claro, una historia de un duende y su roble, qué otra cosa podía haber, si no, detrás de algo tan bonito como son estos puntos.

Bien, bien. Devolveré el cuento al tronco y esperaré a que Lucía venga a leérselo a su padre. Me gustará escucharla y ver cómo pasa sus manitas por esos puntos. Sí, me gustará porque lo que, en realidad hará, es pasarlas por mí.

-Papi… ¿será verdad lo que dice el cuento? Me gustaría preguntárselo a él.

-Hija, si lees mucho y aprendes a jugar con la imaginación, podrás preguntárselo y más aún, las estrellas serán amiguitas tuyas y el sol dejará que sus rayos sean tu corona y muchas más cosas.

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