El color especial de Sevilla visto desde la ceguera
03.10.2014 19:54Alberto Gil, Crónicas del Pueblo
Tiene guasa, ¿verdad? Sí, que dos aventureros ciegos vayan a Sevilla y lo que precisamente se les antoja es querer ver el color especial de la capital hispalense, aquello de lo que hablaron Los del Río en su copla.
Pero más guasa tiene aún que el sábado quedemos a comer con otra ciega y su marido, éste en silla de ruedas y crucemos el Puente de Triana emulando a aquellos otros de cierta peli, en este caso podríamos haberla titulado “Tres ciegos y un biberón”, y que el paraplégico, con la retranca propia del lugar, me diga: “kiyo, mira er Guaarquiví”. Y yo pues qué le voy a decir: “qué voy a mirá y que na, si yo no veo ni leshe”. En fin, que no se diga.
Os cuento las peripecias de lo que ha sido un viaje inolvidable, completísimo y lleno de la magia que tiene esa ciudad y su gente.
La ONG destinataria de los derechos de mis Huellas, la Fundación Alaine, había convocado una cena solidaria en Sevilla y, con este motivo / excusa, le dije a Elena, cómplice de tanto, que si le parecía bien que nos fuéramos para allá, firmaríamos ejemplares del libro y, de paso, haríamos turismo.
Elena, como siempre, aceptó la proposición, no sé si decente o indecente, jejejje.
Me hacía ilusión, qué queréis, conocer ese patio de naranjos del que Antonio Machado hablara al recordar su infancia, un año en el que el poeta me ha acompañado en tan buenos momentos inolvidables de luz.
Ahora se trataba de organizar el viaje. En principio barajamos otras opciones, pero al final hicimos gala de una de nuestras divisas: abrir caminos. Así que hablamos con Igualar, una asociación de ocio inclusivo para discapacitados y que fueran ellos quienes nos ayudasen. Usaríamos su recién creado servicio de viajes a la carta. Algo tan sencillo como decir: “queremos ir a Sevilla, ¿cuánto nos costaría todo?” Transporte propio en furgoneta, alojamiento y guía acompañante a nuestra disposición durante el transcurso del viaje además del oportuno seguro, todo en el mismo paquete. Comodísimo. Así se puede viajar aun no viendo. Dicho y hecho.
Rebeca sería nuestra cicerone / conductora y guía. Además Isabel, su madre, sería el complemento perfecto.
Soluciones como la que ofrece Igualar son las que uno lleva años demandando, productos de viaje en los que yo sea un cliente en plenitud, en el que no tenga que luchar contra las barreras del desconocimiento o del rechazo, en el que mis necesidades sean satisfechas con profesionalidad y eficacia. Eso es Igualar y esa debería ser la tónica general para alcanzar mi derecho como un consumidor más.
Bien, el color de Sevilla:
Los Reales Alcázares, con su historia de siglos y sus jardines, excelentemente descritos por quien los enseña; la gran catedral de Santa María, con su Giralda y Giraldillo, con los sepulcros de Alfonso X el Sabio, San Fernando o Cristóbal Colón; la Torre del Oro, con su museo naval y sus maquetas “envitrinadas” _claro_; el Parque de María Luisa y la Plaza de España, con su estanque y su recorrido por las provincias enimágenes; las callejuelas del Barrio de Santa Cruz hacia la Sierpes; el río y los barcos que lo surcan; los patios de naranjos y jazmines; el Arco del Postigo, por el que atraviesa el fervor religioso de la Macarena o Las Cigarreras; la Confitería La Campana, inaugurada en 1885; los paseos en coche de caballos.
A todos esos lugares nos acercaron Rebeca e Isabel. Pero más aún, cómo no, lo suponéis, ¿verdad? A Casa Modesto, con una cena exquisita; al Tres de Oros, excelentemente atendidos con unas tapas ricas ricas; y a otros “templos” del buen comer y mejor beber, que la Manzanilla clara y la sangría afrutada no deben faltar.
Con todo lo dicho hasta aquí, ya nuestras retinas se habían poblado del color que buscábamos: color de sensaciones únicas, aromas, sonidos y descubrimientos.
Pero aún quedaba más por vivir. La cálida acogida, con que somos obsequiados, en la que el humor sin par, el compartir y aprender, y el arte de agradar son los invitados a la fiesta.
Y hablando de fiesta, por si algo faltaba, resulta que a cuenta de Santa Cecilia, el domingo se ha organizado un congreso de bandas de música con los sones de la Semana santa. Qué maravilla, qué emoción escucharlos. Claro que al lado, de esta música, de tambores y trompetas, suenan los villancicos de la exposición de belenes. ¡Qué cosas!: calor primaveral en noviembre, Navidad con villancicos y belenes, y pasos de Semana Santa. ¿Será ése el color especial? ¿Será que el duende de la copla quiere jugar con los cieguitos a las adivinanzas?
Anécdotas y risas expansivas:
¿Pero no íbamos a Sevilla? Si resulta que mi mega súper Iphone me dice que estoy cerca de don Benito, en Badajoz. Uy uy uy, que la Rebeca nos quiere liar… Que no, que se va mucho mejor por esta carretera que por la otra.
El camarero a la hora de comer, antes de jalarnos una Ensalada César y un arroz con verduritas excelso, a la vera del río, en la Calle Betis, nos diga: “¿se van a sentar?” Y que Paquito, con su gracia, le diga: “yo vengo ya con la silla puesta de casa, ohú”.
Que otra camarera, en otra terraza, diga: “parece que huele a gas”. Y yo, cual sevillano de pro, susurre “qué gas ni qué niño muerto, es el pedo que se ha echado después de comerse las judías que le han sobrado”.
Vaya Corte de los Milagros,, vaya descalabrados. Nadie lo diría, con la tripa que uzté ce gazta y er buen guzto que ce trae en la compaña, que bien que z’agarra ar braço de la shavala guapa.
¿Y los olores? El azahar, los jazmines y rosales, el incienso sí, pero también el olor de los caballos al defecar, las especias y aceites de cocinas en tascas y bares, churrerías que tampoco faltan. Vaya vaya, cómo huele Sevilla, si alguna muchacha, que va de marcha palillera, se ha metido dentro del frasco de perfume. Pero, ¿no habíamos quedado en que las andaluzas vienen, de serie, con aromas a flor y a romero?
¡Y los sonidos? El agua en fuentes y surtidores; el traquetear constante de caballos cartujanos; campanillas de tranvía y acentos del lugar, perlados de gracejo y dulzor.
Después de todo, sí; puedo afirmar sin errar, que encontré el color especial de sevilla. Lo hallé en sus estampas y rincones, pero sobre todo, lo descubrí en Asun y Paco, en Inés y Manolo.
Ahora que, si Elena, Rebeca e Isabel, no me lo hubieran pintado, mi torpeza de ciego chalado habríase quedado con el blanco y el negro, más el negro que el blanco (que no se diga que este cegatón es racista) de quien quiere ver pero que, cuando realmente ve, es cuando la auténtica entrega de la amistad y el verdadero buen hacer, son sus guías.
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